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Septiembre 15, 2023

Dave Birnbaum

La historia del bitcoin nos muestra que la verdadera innovación sigue su propio camino.

¿Has oído hablar de la "economía de la innovación"? Esta escuela de pensamiento relativamente nueva representa un alejamiento de las teorías económicas tradicionales y hace hincapié en el espíritu empresarial, la innovación tecnológica y, ya lo habrá adivinado, la intervención gubernamental como motores clave del crecimiento económico.

Dado que uno de los miembros de la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal suscribe el concepto de economía de la innovación, comprender esta escuela de pensamiento puede ayudarnos a interpretar o incluso anticipar las decisiones de los responsables políticos que nos afectarán a todos.

Arraigado en las ideas de pensadores como Joseph Schumpeter, este marco trata de reconocer la importancia de la innovación para una economía, no sólo la gestión de los recursos, y proporciona un marco teórico sobre cómo fomentar y acelerar la creación de nuevas tecnologías, productos y servicios.

A diferencia de la economía clásica, que se centra en el equilibrio, la economía de la innovación considera que las economías son dinámicas y evolucionan continuamente. Si bien es cierto que la economía es un sistema dinámico, sus defensores van un paso más allá, argumentando que el apoyo específico de los gobiernos puede estimular el avance tecnológico, el crecimiento de la productividad y el progreso económico.

Este planteamiento ha configurado las políticas de Estados Unidos en los últimos 20 años. Sus defensores señalan la Ley America COMPETES, las iniciativas de educación STEM y las subvenciones a la investigación y el desarrollo tecnológicos como resultados notables.

Sin embargo, al despojarse de la jerga, queda claro que la economía de la innovación no es más que un nuevo barniz de un concepto ancestral: el gobierno elige a ganadores y perdedores. Se trata de una política industrial centralizada actualizada con los adornos del siglo XXI, que se traduce en otra forma de capitalismo de Estado. La prueba evidente de ello se encuentra en un lugar insólito: bitcoin.

La historia de bitcoin, una moneda digital descentralizada que está mejorando radicalmente la economía mundial, es extraordinaria. En sólo 15 años, cientos de millones de personas, e incluso naciones-estado, han adoptado una iniciativa para crear un libro de contabilidad honesto y universal. Es dinero seguro que puede enviarse a cualquier parte del mundo, y promete un cambio que ambos bandos políticos podrían apoyar, desde una sana competencia de mercado en el sector financiero hasta la protección de la población de los países pobres frente a la explotación.

Irónicamente, el bitcoin sería un candidato ideal para una subvención a la innovación, dado el tremendo impacto positivo que podría tener una vez resueltos sus principales problemas técnicos. Su potencial para revolucionar el sistema financiero, mejorar la privacidad y democratizar las finanzas lo convierte en un cambio de juego. Y, aunque existe un sólido ecosistema comercial e industrial que evoluciona de forma natural en torno al bitcoin, no cabe duda de que el ecosistema se desarrollaría más rápidamente si se subvencionara.

Sin embargo, los beneficios que ofrece bitcoin tienen un coste para el poder de los aparatos estatales, que dependen del señoreaje (beneficiarse de la impresión de dinero) como palanca clave de poder. Independientemente de lo que se piense del bitcoin y de sus perspectivas a largo plazo, no hay duda de que si tuviera éxito, eliminaría la necesidad de monedas fiduciarias controladas por el gobierno y de los bancos centrales que las emiten, y reduciría el poder del Estado sobre la economía.

Por lo tanto, aunque las subvenciones al bitcoin parezcan coherentes con el objetivo declarado de la economía de la innovación de ayudar a la gente, el bitcoin nunca recibiría apoyo gubernamental precisamente porque va en contra del interés del gobierno en mantener el control sobre la moneda fiduciaria. Esto expone un defecto congénito de la economía de la innovación: debe estar sesgada hacia la preservación del poder y el control de quienes deciden qué subvencionar.

Esto lleva a una pregunta más amplia que el lector debe reflexionar. Si el bitcoin es un caso específico que expone el defecto general de la economía de la innovación, ¿qué otras oportunidades se están suprimiendo o perdiendo porque las subvenciones a la innovación asignan mal el capital?

La historia de bitcoin, una innovación que surgió y prosperó sin apoyo gubernamental, sirve de recordatorio aleccionador de que la verdadera innovación suele seguir su propio camino.

Además, no es posible que el Gobierno elija ganadores y perdedores en la carrera de la innovación sin prejuicios ni intereses propios. Aunque la economía de la innovación tiene promesas seductoras y puede señalar éxitos concretos, no logra escapar a los prejuicios y conflictos que inevitablemente surgen de la intervención gubernamental.

A pesar de su fachada moderna y sus supuestos éxitos, la teoría de la economía de la innovación se queda corta a la hora de ofrecer una vía imparcial y eficaz para la innovación tecnológica. El caso específico del bitcoin, unido al potencial general de pérdida de oportunidades debido a una asignación sesgada del capital, pone en tela de juicio los fundamentos mismos de este enfoque. Los responsables políticos y los economistas harían bien en considerar detenidamente estos defectos.