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Marzo 17, 2023

Juan Villoro

En Polonia, una activista de los derechos de la mujer acaba de ser condenada a ocho meses de cárcel por regalar píldoras abortivas que una mujer no llegó a usar; y en Duluth, Minnesota, tierra de Bob Dylan, libros de Mark Twain fueron retirados de las escuelas por supuestas alusiones racistas. La corrección política y la cultura de la cancelación hacen que la modernidad poco a poco se acerque a la Edad Media.

El prohibicionismo contemporáneo se ejerce en nombre de la ética, lo cual obliga a recordar que también los trabajos de la Inquisición se hicieron con el pretexto de salvar el alma.

La víctima más reciente de la censura moralista es Roald Dahl, autor de formidables historias infantiles con personajes groseros, crueles y apestosos, que ha vendido trescientos millones de ejemplares en 63 lenguas. Todo mundo sabe que fue un autor genial; por desgracia, ciertos inspectores bienpensantes piensan que también fue cochino.

Conviene insistir en que la literatura no se ocupa de los defectos humanos para recomendarlos, sino para entenderlos. Conocer los problemas es el primer paso para resolverlos. Las buenas historias incluyen seres reprobables que las hacen no sólo más interesantes, sino más verosímiles. ¿Hay quien dude que la gente espantosa existe?

Los censores contemporáneos buscan convertir el Bien en una ideología de dominio que excluye la anomalía y la diversidad. ¿Puede el arte sobrevivir en esas condiciones?

Dahl murió en 1990, de modo que los cambios a sus textos tuvieron que ser aprobados por sus cuatro hijos y la editorial Puffin. La corrección póstuma del clásico galés estuvo a cargo de la asociación Inclusive Minds, nombre curioso para la policía cultural que altera la intención original del texto.